¿Como conservar nuestra identidad en una geografía cultural extraña?
¿Cómo resolveremos la contradicción entre los desplazamientos físicos y temporales y la conservación de nuestro legado cultura de nuestra memoria afectiva?
Estas interrogaciones complejas que no parecen tener una respuesta simple, guían y de alguna forma ordenan la obra producida en los últimos años por la artista Cathy Burghi. La misma, que se desarrolla en medios y técnicas diversas, ensaya posibles recorridos y reflexiones visuales que intentan no tanto encontrar respuestas concretas a estas cuestiones sino más bien construir un mapa, una guía que proyecte en el espectador elementos para que el mismo encuentre sus propias respuestas.
Formada en Montevideo y Minas
Gerais, la artista ha desarrollado casi integralmente su obra en Francia donde
vive a partir del año 2007. Desde sus comienzos su vida personal constituye el
centro de su trabajo, pero la misma no se presenta como una suerte de narrativa
privada que la artista de una forma u otra va develando sino como el activador
de cuestiones que aunque tienen como medida su problemática existencial:
identidad cultural y femenina, memoria, emigración, las mismas se contraponen a
la del individuo contemporáneo en general.
En ese sentido en la obra
producida en los últimos años la artista ha buscado profundizar tanto en lo
metafóricos, sin renunciar en algunos casos a la ambigüedad y cierto
hermetismo, como también en la posibilidad de elaborar elementos simbólicos de
carácter universal, como la representación del cuerpo o del hogar.
El proyecto que se presenta en el
Centro Cultural Kavlin, esta integrado por tres obras realizadas en el 2011.
Las mismas son emblemáticas de la dirección que el trabajo de la artista ha
tomado en los últimos años, tanto en la variedad de medios elegidos como en la
densidad metafórica.
La exposición se compone por tres
piezas que se interrelacionan, pero que a las vez tienen autonomía de
forma individual. Así con una extrema austeridad la exposición articula imagen
fotográfica, texto e instalación.
Cachée dans la forêt (Escondida
en el bosque) pertenece a una serie de imágenes fotográficas que al igual que
la serie realizada en el 2010 La forêt, mon jardin (El bosque, mi jardín) la
podemos asociar a la tradición del registro performatico.
En la misma la artista –performer
y modelo – es registrada entre los árboles de un bosque, ocupando el centro de
la imagen. Vestida de blanco, la figura de su cuerpo se recorta sobre un fondo
compacto de árboles y hojas de un color verde seco.
Su rostro transfigurado en un
racimo de huevos completa esta imagen cargada de símbolos y de un cierto
hermetismo. En este caso el bosque no representa como en la antigüedad un lugar
inhóspito y peligroso sino un espacio virgen, un espacio pleno de
posibilidades, quizás la geografía para edificar un hogar. En ese sentido, como
en una ceremonia primaveral la artista se representa igualmente plena de
pasividades como un poderoso símbolo universal de vida y resurrección.
La segunda obra No somos arboles,
es un video de un extremo ascetismo. En la pantalla solo vemos una frase que se
conforma letra a letra que dice, sobre un fondo blanco: “no somos arboles
tenemos pies para movernos, solo en el corazón echamos raíces...”. A modo de
spot publicitario sin producto, este texto se nos presenta como un poema
manifiesto, es decir modesto en su forma y ambicioso en su alcance,
quizás la guía ideológica de la exposición y de la obra del artista en
general.
Por último Pájaros nuestros que
podemos considerar la pieza central del proyecto, tanto por su formato como por
su alcance metafórico, es una serie de papeles montados conformando un objeto
escultórico.
Partiendo de las páginas del
libro de poemas Pajaros nuestros del poeta uruguayo Juan Burghi, recuperado de
la biblioteca familiar, la artista interviene con hilo rojo las ilustraciones
de carácter casi científico y de una austera belleza -realizadas por Salvador
Magno- que acompañan los poemas. Las mismas representan ejemplares de pájaros
que los poemas describen con un carácter veladamente moderno. Como sabemos, por
su carácter didáctico fue pensado para un público infantil, como un
acercamiento poético a la fauna autóctona.
Así la artista, en un ejercicio
de extrema austeridad formal, no solo representa Los lazos sanguíneos -Juan
Burghi antepasado de la artista- que la unen a su familia, sino que
construye una poderosa metáfora sobre el legado cultural, haciéndolo propio y
dotándolo de un sentido contemporáneo. Pero a su vez la obra nos muestra la
fragilidad de los mismos, el objeto mueble donde los dibujos se encuentran
tiene los cristales rotos, como resonando lejanamente la obra tardía de Oscar
Bony, recordándonos que nada esta dado, sino que depende de nuestra
responsabilidad el hacernos cargo de nuestro legado cultural, de la
conservación de nuestra memoria.
Cathy Burghi contrapone identidad
y memoria como elementos en permanente construcción y en constante
conservación, los mismos serán no solo la base de nuestra edificación como
individuos sino nuestro mapa en las nuevas geografías a descubrir. De ellos
depende no solo nuestras apresuradas y urgentes contingencias sino el porvenir
de nuestros espacios de libertad.
Manuel Neves
Febrero
del 2012
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